Los rayos también
terminan en el abismo, primera novela de Joaquín Ferrer, es
una historia que bordea el filo onírico donde un personaje narra su incapacidad
para escribir una novela. El discurso, suerte de monólogo atolondrado, rinde homenaje
a los escritores Ednodio Quintero, Pancho Massiani, Enrique Vilas-Mata y Gabriel
García Márquez, entre otras voces que se dejan escuchar desde la soledad y el
miedo del personaje que pospone una y otra vez la tarea de escribir, mientras la
ansiedad lo hunde en la frustración.
Joaquín
Ferrer articula sus rayos en las confesiones del personaje, y las anécdotas que
lentamente van desvaneciendo la frontera que separa la realidad (siempre
huidiza) de la ficción que, desde el abismo, se erige como como imagen, como
hecho. Una de estas imágenes que surgen del abismo, es la violencia emplazada
en territorios mexicanos bajo la figura de unos hijos difusos, en la memoria de
un padre aún más desdibujado en su propia narración.
El
personaje, verdugo de sí mismo, es llevado por la introspección hacia una
aventura metatextual, en la que terrores y transgresión constituyen estelas
fulgurantes, matizadas de ironía y humor negro. Los pasos de humo de Ednodio
Quintero, tal vez son las huellas que sigue el aspirante a escritor, en los paisajes
góticos en los que debe elegir qué ruta tomar para su liberación, mientras se
relata a sí mismo tratando de reificar el tiempo en el fondo brumoso del
ensueño narrativo.
Les
Quintero
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